Crear desde cero un proyecto como es
la Copa de Europa, es en un principio, un reto lo suficientemente importante como
para que cualquier otro le hubiera significado algo de enorme desgaste. El poner
en marcha un una competición en la que se miden los mejores equipos de un
continente a Gabriel Hanot no le pareció mucho. Revolucionar el mundo del fútbol requería no
una fuerza física ilimitada, sino más bien psicológica. Su mente se concedía
menos descansos que las manecillas de un reloj, nunca dejaba de funcionar.
Solo así se explica que pocos meses después
de que comenzara el balón a rodar en la Copa de Europa, la imaginación de lo
que podemos llamar un genio diera a luz la idea del Balón de Oro. El objetivo volvía a ser el mismo que le había
impulsado a diseñar tal obra maestra. Coronar al mejor del mundo. Su obsesión
por señalar al mejor en cada tarea es algo que tal arraigado esta en nuestra
sociedad que ni mucho menos parecía descabellado.
Otro soñador, de los nuestros, de
otros tantos que se habrán perdido en el olvido y que tan poca suerte tuvieron.
No como él. Su objetivo, el de premiar al mejor jugador del mundo, aunque en
realidad el galardón estaba reservado para futbolistas europeos. Nace
originalmente, bajo la denominación de Trophée du footballeur européen de
l’année à l’étranger (trofeo del futbolista europeo del año en el extranjero), aunque
pronto se impone la denominación de Balón de Oro, puesto que el trofeo era un
balón dorado. En este caso, el premio no se hornearía en la redacción de
L’Équipe, sino en la de la recién estrenada France Football.